Cuando
era un crío recibí un regalo muy singular, un pequeño libro, desde aquella vez
fue la única vez que recuerdo haber recibido un regalo tan singular. Y de hecho
yo mismo nunca he dado este tipo de obsequios, es más nunca he regalado nada, a
nadie, ni a mí mismo.
De
hecho, aún conservo dicho ejemplar, se llamaba, bueno aún se llama, “La
cabaña del Tío Tom”, de dicho evento habrán transcurrido, creo, 35 o 45 años… quién sabe.
Lo preservo cómo prueba que este tipo de regalos, son imperecederos en el
tiempo. Su narrativa se centra en la mentalidad esclavista
americana del siglo 19, el tema siempre es atemporal, matizada con hechos y valores como, la
amistad, lealtad, y la lucha contra el destino. Es como si fuera un triste remedo
a nuestra realidad actual. Sólo han cambiado algunos escenarios y personajes,
pero los prejuicios se mantienen, tal vez intactos, allí y en cualquier otro
lugar.
La
política de regalos en mi medio, está muy normada y ajustada a rigurosos
estándares que no se puede ignorar.
Jamás
regalarás un libro a un adulto.
Pues
estos tíos ya están formados de manera que, anidar costumbres de lectura es un
reto perdido, es más fácil plantar una Excalibur en granito sólido a que éstos
lean más allá de un pasquín amarillista. No entenderán qué cosa están
sosteniendo sus manos. Me imagino, lo revisaran de cabo a rabo, lo acercaran a su
oído, tal vez esperando algún sonido, una respuesta a tamaña interrogante, lo
olerán, para descubrir que se trate de alguna broma, tal vez hasta osen en
probarlo y al comprobar que sólo es un libro lo tirarán al tacho de la basura y
punto.
A un chibolo nunca.
Cuando
eres un crío esperas siempre un regalo diferente, jamás un libro. Es como agua y
aceite, no es una amistad simbiótica, no porque sea malo practicar este sano y buen
ejercicio, sino porque, el medio ambiente que nos rodea y en el cual estamos
creciendo, hace que dicha práctica sea totalmente exótica.
En
consecuencia, el presente tiene que entretener y la lectura como tal, representa
la vuelta al cole, cuando es lo que desean evitar. Desean algo más, para usar, patear,
o hasta para presumir frente a sus congéneres. Y un libro los hará ver monses* y
cuando eres un chibolo, quieres ser el man del grupo, y los libros están completamente
reñidos con dicha aspiración.
Y
menos a un chico nerd.
Pues
estos son más listos que cualquier adulto que los rodea, y jamás van esperan un
obsequio de este calibre, además, lo que más les sobran son audiolibros, o son
caseritos de algún sitio web de lectura, que tú jamás entenderás.
*Monse: dícese, para éste caso del chico quedado.
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