Contestar el teléfono resulta en un acto impulsivo difícil de
dominar, funciona como un acto reflejo incontrolable, pues sea lo que estés
haciendo, dejas de hacer aquello en seco, y te dispones a contestar el móvil o a
correr desesperado para ubicar donde se tiene el teléfono fijo para su inmediata
atención, no termina de dar el segundo timbrado cuando ya tienes que estar al
habla.
La mayoría de las veces se trata de asuntos de poca trascendencia,
sin embargo, tenemos la caprichosa inclinación a contestar sin dilación. Así, si
estás al volante de cualquier vehículo, si eres dependiente de algún negocio, o
cliente, en fin, sea lo que sea y estés haciendo dejas de hacer ello y de paso dejas
colgado a tu interlocutor, como si éste se pusiera en modo automático o de stand
by, y tiene que soportar la interrupción, hasta que se te ocurra de dar por
terminada la charla al teléfono, y sólo después de aquello, retomar lo que
estaban atendiendo. Cuando soy víctima de aquello, y veo que están procediendo
a acatar dicho protocolo, me doy la vuelta, y hasta más vernos. Es mi forma de
protesta ante dicha descortesía, y la poca saludable costumbre, de la cual soy un
conejillo muy a menudo.
¡Diablos! hasta en los templos, cualquier alma presente en él, no puede sustraerse
de dicho ejercicio. Y, de hecho pienso, son cosas super importantísimas que requieren
su inmediata atención, presumo asuntos de vida o muerte, y sí en efecto ello lo corroboro,
pues al reparar en lo que alcanzo a oír, pues tienen la cortesía de cubrirse la
boca con la mano al hablar, más no de modular su volumen, por lo que alcanzó a
escuchar, entre otras cosas: … ¡sí, voy a llegar a la cena un poco
tarde, estoy en misa! …, otro parroquiano … ¡si
dile que ya voy a la fiesta, en un ratito más! …
Hasta los pastores, en sus templos o iglesias, no pueden posponer esta
obligación, y responden ipso facto, asumo tal vez presumirán que les está timbrando
su jefe, es decir, el de arriba. Aunque en realidad mantengo serias dudas al
respecto, ya que él, tiene otras formas de comunicarse muy apartadas a este
mondo y lirondo medio.
De hecho, Antón Vivaldi, cariñosamente llamado il prete
rosso*, era un vicario de cristo, y tenía la manía de interrumpir el
sacrificio de la misa para ir a la escolanía** a apuntar la melodía que se le
acababa de revelar.
Pero este veneciano era un genial virtuoso de la música barroca,
por lo que, se le puede perdonar una y mil veces, dichos interruptus, a
diferencia nuestra, que sólo somos feligreses chabacanos de esta cofradía móvil de comunicación.
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*apodo que significa, sacerdote pelirrojo.
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Sacristía, dependencia
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