Dado a que el pan
se hace cada día más escaso, y éste ralea con más frecuencia en nuestra
mesa, pero a diferencia de éste, nuestros móviles, han pasado a acomodarse sobradamente en nuestras vidas. En consecuencia, corresponde hacer un mínimo cambio en la
oración que nuestro señor nos enseñó, pues estoy seguro que, si en aquel tiempo
en el cual vivió, estos móviles ya hubiesen existido, nuestro señor hubiese
tomado esta imagen prestada para mencionarlo en tal rezo.
Y es que a
alguien se le ocurrió que, a estos adminículos se los tendría que llevar siempre
con nosotros, y diablos que la idea funcionó, y su uso se hizo demasiado
democrático cómo para que todos absolutamente todos tengan el suyo propio.
Desde el inicio
de los tiempos primeros, en los cuales venían en versión analógica, ya se los llevaba
adherido al cinto de nuestro pantalón, y bueno la gente creía que llevarlos así
de ese modo, era muy cool.
Después estos, se
hicieron muy inteligentes y de hecho más listos que sus dueños y esclavizaron a
estos, y el juego de roles cambió.
Saltaron a nuestras
manos, para su nuevo y noble alojamiento, y allí se convirtieron en ese imán
que atrae al hierro, y desde aquel entonces no se los puede desalojar.
Nuestras manos
están atadas a aquellos y con ella nuestro brazo, cuerpo y sentidos, hasta
nuestro sexto, este inexplorado
sexto sentido está también sometido a tal jurisprudencia, que dicta el orden, la
jerarquía y buenas prácticas para su exhibición y uso.
Pero
esta sujeción o esclavitud a diferencia de la original, de esa esclavitud que está
basada en la coerción, la presente es una atadura cautiva, voluntaria, adictiva
que llega alcanzar la plena dependencia.
¡En verdad, en verdad os digo!, que la emancipación de estos dispositivos está muy lejos de ocurrir, y este sometimiento, entrega cabal y pleno, a estos nuevos “negreros digitales” tal vez es el ideal de cualquier tipo de esclavitud buscada o deseada. En consecuencia, el sometimiento voluntario se traduce en deber, pasión, afecto, vicio, empatía del que no se quiere y no se puede independizar.
De este dominio
jurídico, tal vez sea, “yo”, uno de los pocos cimarrones que detesta portarlos a todas
y a cualquier parte, pero de algún modo regreso y les echo una mirada, pues a
falta de un móvil tengo dos o tres, no obstante siempre porfio en usar solo el analógico.
Así que, ¡hermanos del mundo, inclinemos nuestras cabezas, juntemos nuestras manos al menos la que esté libre de aquel, y en señal de sumisión elevemos una plegaria!: “… y danos el móvil nuestro de cada día ... amén”.
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