Con el tiempo, me he vuelto extremadamente
segregador en relación a letras que llegan a mis dominios, recuerdo cuando aún era joven, leía cuanta obra caía
en mis manos, y tenía la manía como si se tratará de una bula expresa, de
terminar aquello que iniciaba en leer, aun cuando aquel texto era hondamente
árido y extremadamente aburrido, me sentía en la obligación congénita de terminarlo
de leer, de cabo a rabo. Al final, sólo me quedaba una especie de desahogo, de
haber concluido una pequeña escaramuza, con un triunfo pírrico, de haber culminado
la insípida lectura. Pero luego, buscaba una lectura que realmente me agradaba,
y me sentía redimido de haber escalado esa montaña, pero en el mar. Es así que
me perdía en el tiempo y, en los mudos maravilloso de las fabulaciones de aquellos
títulos, cuyas letras, que ya desde los primeros párrafos me seducían y encantaban y, los terminaba de leer en una sola noche, de un sólo tirón, hasta cuando los
primeros rayos del alba, me recordaban que era hora de ir al cole* o a la u**
Ahora que soy más viejo, me he vuelto
extremadamente selectivo, tengo que leer las solapas de los libros, ciertos prólogos,
o resumen de estos, los examino pormenorizadamente, y si cumplen con mis particulares
estándares exigidos y desarrollados por mí, para su admisión en la lista de espera
para su lectura, será así.
Me considero ahora un eximio sibarita
de las letras, que escoge y tamiza concienzudamente el próximo título, que
entrará en mi sitio de lectura. Y lo que he aprendido gratamente es sobre todo que,
la mejor literatura que he disfrutado, proviene de noveles y desconocidos
autores, que disfrutan escribir sólo lo que les apasiona, y aún no están sujetos
a mantener, algún título, o nombre ya cuajado.
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(*), (**) Metaplasmos de colegio y universidad respectivamente.
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