Cualquier parecido con la actualidad es mera casualidad
El
hogar donde residían las diferentes deidades antiguas era precisamente el
olimpo. Y cada uno de estos dioses poseía singularidades características que
los definían. De esta manera detentaban ciertos poderes sobre uno o
varios elementos de la tierra. Y estas atribuciones, pues como debe ser y corresponde a su jerarquía teocrática, las ejercian sin bridas ni contemplaciones de acuerdo a sus egoístas antojos, pues estos dioses al
igual que los humanos podían, amar, hurtar, tener ira, en fin. En consecuencia, ostentaban las
mismas miserias morales humanas, por lo que a menudo jugaban con el destino y
repartían venganza entre los mortales.
También estas divinidades apreciaban en sumos grado todo esto de las ofrendas y sacrificios. Cada uno de ellos, unos más que otros, poseía sus egregios templos erigidos
por sus siervos, es decir, por sus fans mortales que anhelaban ser merecedores de la gracia y favor de
aquellos. Y bueno, mortales y dioses intentaban llevarse bien, o al menos hasta
que alguno de ellos urdiese algún complot contra el otro.
En
nuestro moderno y actual cielo contemporáneo, nuestro Dios, mora en él.
Sin
embargo, en este resort celestial, también se les da hospedaje a ciertas almas cuya vida en
la tierra fue devota, pía, consagrada y vinculada a la divinidad, y en
retribución a ello se les aseguró un asiento en primera fila en los aposentos celestiales.
De algún modo, estos seres actúan como una especie de dioses menores, pues detentan también algunos poderes
sobrehumanos, que derraman generosamente sobre sus seguidores. De manera que pueden consentir
o denegar tal o cual solicitud para obrar sobre cualquier apuro terrenal. En consecuencia, los simples y entusiastas partidarios también les instituyen, aquí en la tierra, algún mini templito, un
altarcito apropiado o, cuando menos una ermita, y al igual como en la antigüedad
para tenerlos en gracia.
Todo
parecido con la antigüedad es sólo mera casualidad, por lo que rendiré alguna jaculatoria a cierto santito de las "buenas letras", y
de no encontrar eco en tal, tal vez la gran Atenea, diosa de la sabiduría, las letras e inteligencia, apuesto que le vendría en gracia algunas lisonjas retóricas mias,
y a cambio me conceda algún favorcito terrenal.
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