Nunca llamo por
teléfono a mi viejo*, generalmente lo hago solo en fechas específicas
circunscritas al calendario festivo familiar. Ya que vivo en otra ciudad, y generalmente es a través de
plataformas virtuales de video muy de moda en esta era digital. De hecho, es él
quien siempre me llama, para saludar o para preguntar por la familia, siempre está
pendiente de nosotros sus hijos, pese a que todos ya somos adultos.
Cierto día, tratando
de ubicar a alguno de mis hermanos y puesto que no lograba localizarlos en sus
móviles particulares, en sus redes sociales, ni en cualquiera de sus otras
plataformas de comunicación, ¡diablos! Ahora con tantas herramientas virtuales
de comunicación a nuestro alcance y estamos más incomunicados, se me ocurre
llamar a mi viejo para ver si me puede contactar con alguno de ellos. De manera
que, le marco a su teléfono y contesta inmediatamente:
- ¡Si aló.
Aló! Me contesta.
- ¡Aló, soy yo!
Le retruco.
- ¡Quién habla.
Quién es! Me contesta.
- ¡Soy yo papá,
tu hijo! Le contesto
- ¡Qué hijo! Me
vuelve a decir.
- ¡Tú hijo, el
mayor, Ramón!
- ¡Ah! que tal
hijito como estas… Y sigue la charla
Al parecer, en vista
que nunca lo llamo por teléfono, le parece extraño y raro que esté llamando
fuera del horario conmemorativo familiar. De manera que me he propuesto llamarlo
de vez en cuando, al menos para que no se olvide del sonido y reconozca mi
acento, mi voz y, para la próxima que le timbre a su móvil, certifique inmediatamente
a su interlocutor y, no ponga en duda mi filiación parental.
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*VIEJO. Para este y todos los casos interprétese como papá.
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