Antes
de digitar algún santo y seña, una clave de alguna tarjetita de crédito o monedero
digital, examino con sumo cuidado el entorno que me rodea, avisto que no exista
peligro real o latente, por lo que después de verificar y asegurar el perímetro,
y después de mantener al menos a aquellas otras personas que estén en la fila del cajero, se
ubiquen a una distancia, la cual considero prudente, como de cinco o seis metros de separación,
entre ellos y yo, procedo a realizar la operación.
O cuando se trata de una transacción a través de un hardware tipo POS me aseguro y exijo que el encargado del aparatito, gire su cabeza unos 180 grados en dirección opuesta a la mía.
Y aún así, todas estas precauciones las considero insuficiente, por lo que, con una mano y, haciendo de esta un escudo o barrera, protejo
a la otra mientras mi dedo índice digita uno a uno, las combinaciones de mi passsword
solicitado, y después de marcar un caracter y antes de proceder a "machucar" es siguiente, levanto la mirada y examino nuevamente
el entorno mío, y así sucesivamente, hasta terminar con el último número de la
serie secreta.
Como
último, pero a la vez quizás el más importante paso que sigo, para cada caso
reseñado líneas arriba, es que siempre cargo conmigo, una generosa dotación
de algodoncitos, embebidas en alguna
solución hidrolítica de mi invención, de manera que, después de realizar la transacción
económica, procedo a la limpieza juiciosa de cada digito usado, no vaya a
quedar algún rastro de mi paso por ellas, y al final, estas puedan ser
descifradas con algún artilugio, pues esto del crimen está a la vanguardia, y ¡diablos!,
tengo que estar un paso delante de ellos.
En
este punto, creerán que tal vez padezco de una paranoia psicótica o algo así,
pero no, en nuestro medio, ninguna medida precautoria es suficiente para
resguardarnos del delito. Y esto de salvaguardar los datos personales, al menos
en nuestro medio, ha pasado de una sensación permanente a una realidad firme de
desconfianza. De hecho, yo aplicaría el viejo bordón, y más que un dicho es una
reseña de algún libro sagrado que indica que, "lo que hace una mano no sepa la
otra", y no por lo que en verdad quiera decir aquello, si no por la desconfianza
que una "mano pueda tirar dedo a la otra” *.
O acaso den por sentado que mi patrimonio es cuantioso y frondoso, en consecuencia, acreditaría dotarse de una seguridad privada para su buen recaudo, en absoluto, de hecho, estoy quebrado, algo así como en bancarrota, pero ¡diablos y demonios rotos!, con los pocos centavos que me quedan, no se meterán.
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* Tirar dedo, intérprese solo para este caso como, hechar, ser indiscreto, revelar, en fin.
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