"No ves que tu padre me da cólera", no aquella
infecto contagiosa producida por alguna bacteria, si no las rabietas producidas
y emanadas por su esposo, es decir mi padre. Era la descripción del mal que, de
cuando en cuando infectaba el cuerpo de mi vieja, y la postraba a mal traer en
sus aposentos. Tampoco estaba registrado el algún libro de ciencias sobre
medicina contemporánea o antigua, si no, en el vademécum personal de mi vieja,
escrito y desarrollado por ella, y con el asesoramiento externo de mi abuela y alguna
vecina ducha en estos menesteres.
Yo en verdad creía que dicho mal existía en
mi niñez, ahora ya adulto sólo atino a sonreír y disfrutar con mis hermanos de las anécdotas de nuestra vieja.
Y es que dicha enfermedad, achaque, mal
rato, estrés o como se llame a dicho evento, tenía su antídoto en algún brebaje científicamente
iluminado y guiado por la colaboración de Hijea, hija de Asclepio
dios de la medicina, nieta de Apolo y hermana de la diosa
Panacea. Y esta pócima mágica era comercializado en la tierra, en una bodega conexa a un lugar
llamado cruz del molle. Y era tal su eficacia, que al rato de su
ingesta todos los males desaparecían y mi vieja de nuevo a la brega.
El lugar llamado la cruz del molle, nombre cuya designación se debe al árbol perenne cuyos frutos son llamados pimienta rosada (Schinus molle), y que por esas cosas del azar su desarrollo aéreo había tomado la caprichosa forma de una cruz, bueno eso decía la gente, pero yo lo veía como veo todos los árboles más o menos iguales. El hecho es que sus propietarios sabiamente habían convertido el área donde se ubicaba esta especie arbórea, en un lugar más o menos sagrado, en consecuencia un espacio para peregrinación y, de paso, también como corresponde a estas cuestiones mistico-terrenales, un método infalible para agenciarse de algún sencillo, por las limosnas y ventas de todo el merchadising celestialmente creado para tal fin, por lo que, las velas, cirios, alguna que otra estampita o figurita, todo y todas eran comercializadas en en honor a este arbolito de morfologia caprichosa. Sin duda una excelente y creativa forma de sacar sabiamente provecho a la logística gratuita que la caprichosa naturaleza esculpió.
También a lado de este lugar, alguna vecina con buena visión del
negocio ofrecía algunos mejunjes* para aliviar todo tipo de males, como
los solicitados por mi vieja, amén de otras bebidas de dudosa reputación, todas
espirituosas y otras más terrenales como, chicha de jora bien fermentada o un
aguardiente de caña que te quemaba hasta el alma. ¡Ah! por cierto, siempre con la bendición de los
buenos espíritus que cuidaban de dicha especie vegetal perenne de al lado.
Por supuesto yo estaba entrenado para
comprar dicho antídoto en ese lugar, de manera que, cada vez que mi vieja sufría
dicho mal, yo patitas a comprar la medicina donde la vecina de la cruz del
molle y asunto arreglado.
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* Mejunje: Elixir aprobado por la FDA**del Olimpo y filiales terrenales.
** Food and Drug Administration.
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