Ecuación de la patanería
2n = X 2(∞)
Donde:
n = (variable 0, 1 y 2) * Escala de ostentación vehicular
- 0 = Vehículo chiuan (vehículo pobre)
- 1 = Vehículo estándar
- 2 = Vehículo ostentoso
∞ = Paradoja de la patanería
La subespecie humana femenina o masculina cuando son más ostentosos los vehículos que conducen, sus expresiones de urbanidad y cariño al peatón común y corriente es geométrica e inversamente proporcional a la variable dependiente
Abstracción racional de dicha antinomia:
Ser peatón en esta jungla llamada ciudad es una delicia y uno de las más bellas experiencias que como ser humano no se puede abstraer de saborear.
Cruzar una simple intersección resulta un endemoniado asunto de vida o muerte.
Deseo cruzar alguna calle cualquiera, y de súbito todos los decibeles del universo son descargados en mis oídos sin el menor reparo ni la menor consideración y me hace pegar un salto tal que, creo que si hubiera sido un felino, habría alcanzado la cornisa del del décimo piso del edificio que se ubica frente mío. Hasta mi alma salió disparada de mi cuerpo y con ella mi corazón, consiguiendo ponerse a buen recaudo en los quintos infiernos. Mientras mi cuerpo aún preso del espanto recupera poco a poco sus cabales, y ni bien me siento regresar a este mundo, todavía medio aturdido, sin saber exactamente qué demonios paso, otro estruendo de improperios es vertido por el impenitente conductor del vehículo, es cuando allí caigo en la cuenta que, lo que escuche fue el infernal claxon de un vehículo y los alegatos vertidos animadamente de oficio son de su conductor, que me animan a no cruzarme en su camino...
No estoy en absoluto hablando de taxistas y transporte público cuasi masivo, pues no se merecen estas humildes líneas en este inocuo blog, si no, toda una enciclopedia de A a la Z que plasme su brillante y respetuosa praxis, que distinga su singular pedigrí, por lo que, merecen una historia aparte de la que hoy me ocupa.
¡ hay
de mí ! en cruzarme por su
camino y retrasar unos segundos sus muy importantísimas tareas que está
realizando. No pueden ser demorados ni un minuto pues de ello depende que el
mundo siga girando, y no se vaya a detener y zas una catástrofe universal en
ciernes. No impensable. Oh yo desconsiderado, de tal atrevimiento me merezco todos
los epítetos estrenados para la ocasión. Es intolerable y me merezco ello y
mucho más. Yo y mis asuntos, pues eso no importa, y eso me servirá de lección para
no osar cruzarme en el camino de estos muy dignos y bien intencionados
conductores.
Sí
hay que invadir los cruceros peatonales pues hay que hacerlo, al cabo sus
urgencias particulares son más importantes que la seguridad y el buen recaudo
del peatón. Y en ese afán compiten entre conductores, quien gana medio metros
más, es la meta e idea, y la única regla, ser el primero en pasar a toda costa
y costo, y en ese intento no hay nada ni nadie que se interponga en su camino. No hay peatón que importe, ni viejos, ni jóvenes. Peor aún si son ciudadanos con alguna discapacidad, en
silla de ruedas o ciegos, u otro ser con alguna condición, su exasperación llega a ser máxima.
La
experiencia me ha demostrado que los patrones de conducta de los conductores
siguen una progresión geométrica, ni bien toman el volante en sus manos, la
educación y la conducción inteligente, o cuando menos, el mínimo sentido común son
echadas a la guantera y, los tanques internos de sus cuerpos, se auto abastecen inmediatamente de ira, frustración y patanería, que los hace adorables angelitos.
... Repuesto
del espanto medio aturdido aún por el sonido que retumba en mis oidos, reparo cuál fue el vehículo que osé interrumpir
su race, por supuesto una imponente SUV* y, como corolario, veo mientras se aleja, que baja una de sus ventanillas y por ella arroja sin rubor alguna una botella
plástica a la calle, como si fuera un “pedito” al aire y, sigue rodando ¡PLOP!
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