Cuando
por algún motivo mi mujer me pide que la acompañe a algún lugar, en realidad lo
que necesita es transporte, por lo que yo no de muy buen agrado decido hacerlo.
Y
es que las mujeres, en especial mi mujer pierde la noción del tiempo, cuando
sale de compras, o al mercadillo cercano a la casa a realizar cualquier
doméstico mandado, digamos que mínimo se toma un par de horas en estos trámites,
mientras que yo en un tris, sin necesidad de montarme sobre mi vehículo prefiero treparme a mi bici y listo. Hace años que dejó de gustarme la experiencia de estar al volante, y no porque sea una grata experiencia y placentera, sino que todo
el encanto se pierde cuando otros seres con menos sentido común que el que tu
posees, comparten la misma vía, y se atreven a rodar por la ciudad para mi
disgusto.
Indefectiblemente
terminamos en malos términos, ante mi irritabilidad y poca paciencia así que, siempre
me recrimina la poca paciencia que tengo y está la tribuye a mi madura edad, a
mis canas, bueno en realidad, a los ralos pelos que aún cubren los lados de mi
testa.
La
verdad es que creo que, se toma demasiado tiempo en hacer sus cosas, mandados o compras,
las que yo lo haría en un santiamén, ella por supuesto se toma toda una vida, eso sí en el trayecto no se encontró con alguna amiga o conocida, lo que
resultaría en mi inexorable fin.
Sé
de antemano que debo llevar algo para leer o entretenerme, pero porfiadamente
asumo que el paseo será breve, pero resulta que mi raciocinio lógico está errado, como siempre, sé que el resultado va a ser evidente, redundante en
conclusión tautológico, pero en el fondo mío hay la minúscula esperanza que
esta vez será distinto, pero no.
Pongo
la auto-radio para distraerme, pero me resulta de lo más aburrida y tanto o más que la
misma espera, trato de garabatear algo, porque sé que la inspiración puede
hallarse en los lugares más insospechados, pero éste nunca es el lugar, por lo
que atino a salir del vehículo y proceder a limpiarlo. Ya he terminado de limpiarlo de cabo a rabo, he logrado sacar a hasta el último polvillo que haya
osado adherirse a la superficie exterior del carro.
Pero
nada, como diría mi viejo, "no se la ve por ningún lado, ni sus polvos". Voy por la
segunda limpiada acaso haya fallado en la primera, y algún advenedizo polvillo haya
pasado por alto, pero nada, la tercera refregada, ya de tanto pulirlo se ve super
resplandeciente y brilloso. Y la espera sigue impenitente, nada, me devuelvo al
interior del coche, para nuevamente salir una y otra vez, hasta este punto mi
paciencia ya decayó, cuando por fin logro divisarla a lo lejos, la veo que se
acerca con infinita paciencia y si va acompañada eventualmente por alguna de
mis hijas el trayecto desde que la ves, hasta su arribo al carro se hace una eternidad, no porque
la escena discurre como en cámara lenta sino por las múltiples distracciones
que encuentran en su camino de retorno.
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