Y yo que quería comerme un chocolatito, tomarme un vasito con leche, o cuando al menos, disfrutar de una tacita con un humilde tecito, pero después de leer que todos estos productos, al menos unos más que otros, pero todos sin excepción, son eficaces bombas de agua [que consumen la poca agua dulce que disponemos para nuestro uso] y ese uso consuntivo excesivo, se ejerce en los procesos agrícolas, industriales, y hasta de consumo humano, de ninguna manera se devolverá al ciclo hídrico de manera inmediata o mediata, por lo que me da cierto grado de remordimiento, ahora que pienso en ese formidable pan con palta, que visualizaba en mi lonche*** vespertino, o aquellas suculentas manzanas y plátanos que ya las tenía en la mira hace un buen rato, pues todo ello tendrán que ingresar a una especie de, stand by permanente, pues al parecer, se trata de algo así como: “deleitarme con estas delicias ahora y morir de sed mañana”.
¡Diablos y demonios climáticos!, al parecer, hay demasiadas huellas que dejo y no precisamente porque esté con sobrepeso, sino que todo lo que me alimenta, visto y hago, de alguna manera o de otra, altera y tiene un efecto nocivo en el medio ambiente.
De hecho, es como caminar por arenas movedizas en este frágil ecosistema, de allí que hay huellas hídricas, de carbono, y un par más, que están frente a mí y me echan en cara, por mis usos y costumbres, por lo que me siento culpable de todas las desgracias climáticas del mundo.
Y cómo dejar de pensar en jamonearme con algunas carnecitas blancas, rojas, o de cualquier color, que ya me las imaginaba sobre mi parrilla. ¡Diablos!, es posible que sea un doble o triple pecado ecológico, pues es el cóctel perfecto para el desastre: La carne con su extrema huella hídrica, la huella de carbono por el humito de la parrillita, y hasta sólo el hecho de haberlo pensado, reconvendría relegar al olvido, pues sólo la acción de imaginarlo, creo, originará alguna otra huella negativa, aunque ésta sea sólo intelectual, o mental, al fin y al cabo, es una especie de energía incorpórea que se desprende exclusivamente, por la susodicha acción. Por lo que debería también, inhibirme perpetuamente de pensar en estas delicias culinarias.
Lo mismo que, olvidarme de esa puertita y mueblecito que se precisaba en mi casa, y que ilusamente creía que un noble pino de Oregón, sería la respuesta a ello, por lo que, a estas alturas, optaré por unas "esteritas" y cartoncitos, para que cultiven dichas funciones. Sólo espero que estos últimos elementos, dejen cuando menos, un mínimo rastrito en vez de una "huellota" ambiental que dejan los otros.
En este punto, al parecer no importa lo que haga o deje de hacer, todo está reñido con las buenas y nobles prácticas de sostenibilidad ambiental.
En consecuencia, como única alternativa sólo nos queda volver a nuestro Génesis de la creación, y pasar a vivir todo el tiempo, calatos, comer sólo cucurbitáceas* y pepinos**, y trepar a los árboles para guarecernos.
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(*) (**) Cucurbitáceas y pepinos, detentan una huella hídrica inferior en comparación con otros del mismo género de alimentos.
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