He
vuelto a usar un ordenador después de 30 o 25 años, y es qué la pandemia me ha
obligado a ello.
Hoy
todo lo puedes hacer solo con un clic en tu ordenador y sin moverte de casa,
escuchar música, ver un video, hacer las compras, revisar tu correo. Pensar que
a mi mujer la conquiste con correo, no de éstos si no de aquellos, que usabas
papel y lápiz, la endemoniada carta tenía que empezar el rezo diciendo: “Estimada
Srta., después de saludarla paso decirle que, por acá nos encontramos bien de salud,
etc.” …. y toda una sarta de reglas, que infaliblemente se tenía que concluir
con una conspicua pero reveladora frase final. “... Muy atte., su admirador”.
Luego el papel manuscrito se lo embutía en un sobre de reborde entrecortado de
color rojo característico del correo local, se adhería unos estickers llamados estampillas
y ya, la depositabas en algún buzón del correo de la ciudad. Y después de una semana, con suerte llegaba a destino.
Hoy
con un clic y sin moverte de tu sitio, ya enviaste y en un segundo después lo
recibiste.
Hay
que abrir una ventana en tu ordenador, para revisar algún libro. En aquellos
tiempos abrías la puerta de algún edificio para acceder a la biblioteca para
revisar literatura.
Sí,
en aquellos años aún existía bibliotecas en las universidades, alguien me ilustre
e informe, si estos edificios todavía sirven para tal fin, bueno en aquel entonces
también servía para ligar a chicas más listas que bonitas, bueno, pero eso es
otra historia.
Viene
a mi memoria mis años universitarios con cuadernos bajo el brazo, porque era
cool llevarlos así, sostenidos por la mano, sin mochila, ni maletín, vistiendo
tus jeans con remeras o eventualmente camisas, y allí entre los cuadernos y
libros, tus famosos porta disquetes, Pues había que llevarlos a todas partes,
eran los uesebes o pen drive´s de la época.
Hoy
mandar un documento por este medio informático, me resulta un suplicio, me
indican que tengo que escanear alguno de ellos, pasarlos a pdfs, png, jpg, svg, a su vez hay que zipearlos o descomprimirlos y, mil pasos más que no logro entender.
Abro
mi pantalla de escritorio, aparecen ante mis ojos innumerables iconos símbolos,
letras, flechas en todas las direcciones, cuadros, recuadros y más cuadros, parece un rompecabezas. Y
antes de haber iniciado ya me encuentro aplastado por la frondosidad y la intimidante
nomenclatura que se planta frente a mi vista. No sé si, correr o cerrar la
laptop que muy amablemente me cedió mi hermano, para iniciarme en esta aventura
endemoniadamente fascinante, y es cuando le lanzo un S.O.S. digital para que acuda a mi
llamado. El muy amablemente insiste, cual lazarillo guiando a un ciego, en
iluminar mi interfaz, llena oscuridad y penumbra.
Debe
ser un alma piadosa y sobre todo tocado por la divina paciencia, pues enseñar a
un tipo cincuentón estos artilugios y, descubrir y revelarle estos
enigmas, debería se ser una hazaña que te asegure un lugar en primera clase en
los cielos del olimpo, Y es como enseñar a montar bicicleta a un ciego. Yo en
particular ya hubiera tirado la toalla. Mis hijas menores, expertas en estos
menesteres - creo los chicos de esta generación ya vienen de fábrica con ese
chip en sus genes-, tienen la paciencia más corta que su edad las pueda proveer,
y no se andan con rodeos y me mandan a joder a otra parte, cuando por enésima
vez me repiten, a si no, solo dale clic, guglea esto o aquello, o ya te logueaste.
Hace rato renunciaron a bautizarme en estas tormentosas aguas de la tecnología,
y que yo calladamente admiro y envidio cómo navegan diestramente, en ese mar calmo
y apacible que de hecho son sus dominios.
Por qué diablos no hablan un lenguaje más cristiano, o al menos humano, que se pueda entender cuando me indican realizar una simple tarea en el ordenador, o algún comando de él, me parece en extremo complicado. La indicación tiene que repetirla mil veces, bueno, pero al final del día lo logro. Solo para que al día siguiente la haya olvidado, y otra vez Andrés con la misma cojudez. Nuevamente solicito la indicación. ¡Ah, pero yo terco como un asno! Sí, literalmente como aquel asno, que sirvió de vehículo a nuestro redentor en su viaje a Jerusalén, al siguiente día, allí estoy montado sobre mi silla, esperando que la mula me tire al suelo, porque sé que algún día la voy a amansar.
Un buen día, estuve tratando de abrir el zoom como hospedero, no sé realmente lo significa, me dicen que son esos famosos chat en vivo donde puedes webinar con otras personas en tiempo real, y es que, al cabo de dos días, logre hacerlo sin dificultad, solo para que, al siguiente día, no recuerde ni cómo encender el bendito ordenador. Pero allí estaba mi hermano, que pese a ser menor de edad, actúa como mentor y tutor que se amaña de paciencia infinita, y donde este mi extravió me socorre y me coloca en vereda.
Poco
a poco, me yergo orgulloso de las múltiples tareas que estoy aprendiendo día
tras día, y disfrutando de sus beneficios, solo espero no demorar otros 30 años
en volver a montarme en el lomo tecnológico.
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